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sábado, 14 de marzo de 2009

Atenea, Hefestos y la broma de Poseidón (Grecia)


La virginal Atenea recibió en muchas ocasiones propuestas matrimoniales, pero siempre se mantuvo fiel a su idea inicial de ser virgen por vocación. Al fin y al cabo, esa era la petición más importante de su vida y estaba claro que no lo había hecho por capricho, sino porque comprendía que su nacimiento marcaba su destino, separada absolutamente del sexo que ni siquiera había existido en su concepción.

Pero hay un episodio que viene a abonar su decisión mejor que cualquier otro tipo de consideración. Se trata de aquel momento en el que Atenea debe buscar armas para intervenir en Troya. Zeus ha declarado solemnemente que no va a tomar partido por ninguno de los dos bandos. Palas Atenea no quiere dejar de respetar la sagrada voluntad paterna y se dirige al dios de la fragua, a Hefesto, para que él sea el forjador de su arsenal. Hefesto acepta el encargo y se pone a trabajar, enamorado de la bella y decidida diosa. A pesar de su fealdad, Hefesto ha sido el marido de la bella entre las bellas, de Afrodita (aunque su matrimonio no haya resultado tan satisfactorio y noble como debía de haber sido), y la presencia de Atenea le hace pensar de nuevo en la posible felicidad de estar con una mujer tan maravillosa como aquella que tiene ante sí. Al hablar del precio a pagar por el trabajo, Hefesto indica que le basta el amor de Atenea: ella no puede comprender que sea mucho más que un cumplido lo que tan seriamente ha dicho el herrero de los dioses, pero para Hefesto sí que significa todo la palabra dicha.

Enamorado visiblemente Hefesto, faltó poco para que Poseidón, al que tan poco estimaba Atenea (si tenemos en cuenta esa leyenda de la hija de Poseidón, que busca la adopción en su tío Zeus), fuera con el cuento de que la seria Atenea quería, en realidad, provocar una violenta pasión en el armero, que todo lo que buscaba, con la excusa de las armas y en combinación con Zeus, era el momento de ser poseída brutalmente por un dios como él. Al oirla entrar en la forja, y sin dudarlo un momento, Hefesto se lanzó sobre la virgen, creyendo que estaba cumpliendo con el capricho de Palas, pero la situación quedó congelada cuando la diosa reaccionó sorprendida e indignada ante tal ataque.

Hefesto, que ya no entendía nada más que las pulsiones sexuales, eyaculó contra el muslo de su amada. Ya se había acabado la penosa aventura de la que los dos eran víctimas inconscientes de la perversidad de Poseidón. La asqueada Atenea se limpió el muslo con unos vellones de lana que acertó a encontrar en la forja. Después, contrariada por la desagradable experiencia, arrojó el pingo al suelo, pensando que así daba por zanjado el incidente, y no llegó a pensar en lo que iba a suceder inmediatamente con ese pingo empapado con la esperma del avergonzado Hefesto.

Pero ahí no acaba la historia del frustrado amor de Hefesto, ya que Gea, la Tierra, recibió el esperma y quedó automáticamente preñada, aun a su pesar, por esas cosas del destino. Tampoco Gea estaba dispuesta a cargar con ese producto de la broma de indudable mal gusto de Poseidón, y dejó claro que no iba a aceptar el hijo resultante de la estupidez de los demás. Atenea, sintiéndose parte responsable del incidente, tomó la decisión de hacerse cargo de la criatura tan pronto fuera parido por Gea.

Cosa que hizo, y el hijo, Erictonio, guardado de la vista de todos, sobre todo para eliminar la posibilidad de que el poco querido Poseidón siguiera con la broma, fue sacado del Olimpo y llevado a la corte del rey Cécrope, para más tarde llegar también al trono de Atenas, como sucesor de su padre adoptivo, quien además de cauto y prudente en su reinado, a medio camino entre dioses y héroes, fue célebre por ser administrador perfecto e innovador en las leyes de la religión y de la política.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Altair y Vega (Asia)



A finales del verano éxactamente el 7 de julio, las estrellas Altair y Vega se elevan en el cielo nocturno, y en oriente, cuentan la siguiente historia de amor. Existen varias versiones, pero esta me gusta bastante:

Un joven arriero llamado Niulang (la estrella Altair) se encuentra en su camino con siete hadas bañándose en un lago. Alentado por su travieso compañero el buey, hurta sus ropas y esperan a ver que sucede. Las hermanas hadas eligen a la hermana menor y la más bella, Zhinü ("la tejedora", la estrella Vega), para recuperar sus ropas. Ella lo hace, pero como Niulang se ha enamorado de ella, le propone matrimonio y ella acepta. Zhinü resulta ser una maravillosa esposa y Niulang un buen esposo, y son muy felices juntos.

Pero la Diosa del Cielo descubre que un simple mortal se ha casado con una hada, provocando su ira. Tomando su alfiler, la Diosa abre el cielo formando un ancho río para separar a los dos amantes para siempre (y formando así la vía láctea, que separa a Altair y Vega).

Zhinü permanece para siempre a un lado del río, hilando tristemente su telar, mientras Niulang la ve desde lejos, y cuida de sus dos hijos (las dos estrellas que lo rodean β y Aquilae).

Pero una vez al año, todas las urracas del mundo se compadecen de ellos y vuelan hasta el cielo para formar un puente ("el puente de las urracas", Que Qiao) sobre la estrella Deneb en la constelación de Cygnus, para que los amantes puedan reunirse por una sola noche, en la séptima noche de la séptima luna.

Lindo no? hay un festival y todo ese día ^ ^

viernes, 24 de octubre de 2008

Luna Luneta...

Esa bola mística que flota en el espacio y muestra su esplendor cada noche, cuidando la escena... Es algo que me encanta mirar e inundar mis sentidos con su luz... Acá un post que dejé en otro lugar hace tiempo e importo para el blog ^^ algunas cosillas relacionadas con la luna.

La luna

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía
Un pedazo de luna en el bolsillo
es el mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohaday mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas

JAIME SABINES
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ALGUNAS LEYENDAS...

El Conejo de la luna (Leyenda Maya)

Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre. Pero todavía siguió caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.
-¿Qué estás comiendo?, -le preguntó.
-Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
-Gracias, pero yo no como zacate.
-¿Qué vas a hacer entonces?
-Morirme tal vez de hambre y sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo:
-Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
- Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.
Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
-Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.

La Leyenda de la Luna

Cuenta una leyenda que hace muchísimos años solamente el Sol reinaba en el cielo. De día todo era alegría, pero durante la noche un gran temor se apoderaba de las aldeas. Cierta vez, un puma sanguinario se ensañó con un pequeño poblado. Entonces, una joven valiente y generosa, llamada Quilla decidió poner fin a esta amenaza.

Una noche, en vez de refugiarse junto a su pueblo, se quedó sola en un lugar abierto. Al acercarse el puma, ella comenzó a correr muy velozmente. El animal la siguió, pero Quilla conocía perfectamente la región y sabía donde ocultarse. Así, durante dos días, fue alejando a la fiera de su pueblo.

Pero finalmente, en la tercera noche, el puma la acorraló. La joven se dio cuenta que estaba perdida. Sin embargo, contenta porque había logrado apartar a la bestia de su gente, se dispuso a morir.

En ese momento ocurrió algo asombroso: la figura de la muchacha comenzó a ascender por el aire hasta convertirse en un astro redondo y luminoso que quedó prendido en el cielo.
Los amigos de Quilla, que la buscaban intensamente, vieron la transformación y comprendieron lo sucedido......

A partir de ese momento, Quilla nunca los abandonó; los acompañó todas las noches con su luz.

Mitología

Dentro de la mitología, Selene es la diosa que representa la luna, Selene, por Fabiana Kofman y a veces se la ha asociado también con Diana y Artemisa. Se cuenta que Selene era la hermana de Helios, el dios Sol, y como él, debía iluminar los cielos durante la noche. Pero una de esas noches divisó al pastor Endimión dormido en el monde Latmo, y quedó prendada de él. Así, desapareció de los cielos para recostarse junto al pastor, lo que enfureció a Zeus, quien castigó a Endimión a dormir eternamente. Pero luego, conmovido por las peticiones de Selene, consintió en dejar que la luna desapareciese del cielo varias noches al mes para hacer compañía a su amado, y el resto de los días, Selene se conforma con verle desde lo alto y acariciarle desde ahí...

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Música

La luna 2005

Blue moon Ella Fitzgerald

Moon River Audrey Hepburn

Moonlight Sonata Amy Netek

Debussy-STOKOWSKI 'Clair de Lune'

La luna Belinda Carlisle

La luna Sarah Brigthman

Hijo de la luna Mecano

Luna Alessandro Safina

sábado, 11 de octubre de 2008

Pigmalión y Galatea (Grecia)


Pigmalión era un importante rey de Chipre que destacó siempre por su bondad y sabiduría a la hora de reinar.Todo su tiempo libre lo dedicaba a crear esculturas, no mostrándose interesado ni por otro tipo de distracción, ni por el matrimonio, lo que ya inquietaba a sus súbditos, que veían con desagrado la falta de descendientes para la familia real...

A pesar de los intentos de sus allegados de que encontrara esposa, Pigmalión seguía constantemente dedicado a crear magníficas esculturas, trabajando hasta altas horas de la noche.Un día, se encaprichó en crear la figura de una hermosa mujer, trabajó incansablemente hasta lograr su objetivo. Cuando hubo acabado, vistió la figura -en marfil- con las mejores galas y le puso de nombre Galatea. No contento aún con la excepcional obra, siguió retocándola hasta que fue absolutamente perfecta.Entonces, Pigmalión se dio cuenta de que se había enamorado de la figura.

Días más tarde, en unas fiestas celebradas en honor de Afrodita, Pigmalión sorprendió a todos quienes les rodeaban suplicando a la diosa que transformara a Galatea en un ser humano, para que pudiese amarla como se merecía.Nada más realizar su petición, Pigmalión corrió a su taller, y allí pudo ver cómo Galatea iba adquiriendo los primeros rubores en sus mejillas e iniciaba un lento movimiento, bajando del pedestal en el que se encontraba grácilmente y con una hermosa sonrisa dirigida a su creador.Éste le pidió entonces que si quería ser la reina de Chipre, a lo que ella contestó que le bastaba con ser su esposa.

La boda no pudo resultar más feliz, la propia Afrodita acudió en forma de mortal.La unión fue sumamente feliz y fructífera, y dio varios hijos, entre ellos, Pafo. El agradecido pueblo de Chipre fue, desde entonces, uno de los que más cuidó sus ofrendas a la diosa, que siempre recibió allí un gran trato.Otra bonita versión de la leyenda dice que Afrodita, compedecida del amor de un Pigmalión más joven, le ordenó besar a la estatua y, en ese momento, Galatea se convirtió en mujer, para mayor éxtasis de su creador.

lunes, 25 de agosto de 2008

Orfeo y Eurídice (Grecia)


Cuentan las leyendas que, en la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos...

Un día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a una joven ninfa que, medio oculta, escuchaba embelesada. Orfeo dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro.

- Hermosa ninfa de los bosques –dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.

La joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.

La felicidad y el amor llenaron los días de la joven pareja. Pero los hados, que todo lo truecan, vinieron a cruzarse en su camino. Y una mañana en que Eurídice paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón de la ninfa depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como Eurídice murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas.

Al enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor decidió descender a las profundidades infernales para suplicar que permitieran a Eurídice volver a la vida.

Aunque el camino a los infiernos era largo y estaba lleno de dificultades, Orfeo consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Caronte, el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.

Orfeo atravesó en la barca de Caronte las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Hades, dios de las profundidades infernales y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:

- ¡Oh, señor de las tinieblas! Héme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar.

La música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de Hades, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le humedecían.

- Joven Orfeo –dijo Hades-, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar sones tan turbadores como los que se desprenden de tu lira. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición.

- ¡Oh, poderoso Hades! –exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísima esposa.

- Pues bien –continuó Hades-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre.

- Así se hará –aseguró el músico.

Y Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo de la luz. Durante largo tiempo Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra. En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad de su amada. Y en su cabeza resonaban las palabras de Hades: “Si intentas verla antes de atravesar la laguna de Estigia, la perderás para siempre”.

Por fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Caronte con su barca y, al otro lado, la vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y sólo se trataba de un sueño?. Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese mismo momento vio como su amada se convertía en una columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación:

- Eurídice, Eurídice...

Orfeo lloró y suplicó perdón a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo, triste y lleno de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su amada.

lunes, 11 de agosto de 2008

Eros y Psique (Grecia)


En una ciudad de Grecia había un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos primeras eran hermosas. Para ensalzar la belleza de la tercera, llamada Psique, no es posible hallar palabras en el lenguaje humano. Tan hermosa era que sus conciudadanos, y un buen número de extranjeros, acudían a admirarla. Incluso dieron en compararla a la propia Venus, y no advirtieron que, al descuidar los ritos debidos a esta diosa, tal vez estaban atrayendo sobre la bella y bondadosa joven un destino funesto. Venus, la diosa que está en el origen de todos los seres, herida en su orgullo, encargó a su hijo Eros: "Haz que Psique se inflame de amor por el más horrendo de los monstruos" y, dicho esto, se sumergió en el mar con su cortejo de nereides y delfines...

Psique, con el correr del tiempo, fue conociendo el precio amargo de su hermosura. Sus hermanas mayores se habían casado ya, pero nadie se había atrevido a pedir su mano: al fin y al cabo, la admiración es vecina del temor... Sus padres consultaron entonces al oráculo: "A lo más alto contestó la llevarás del monte, donde la desposará un ser ante el que tiembla el mismo Júpiter". El corazón de los reyes se heló, y donde antes hubo loas, todo fueron lágrimas por la suerte fatal de la bella Psique. Ella, sin embargo, avanzó decidida al encuentro de la desdicha.

Sobre un lecho de roca quedó muerta de miedo Psique, en lo alto del monte, mientras el fúnebre cortejo nupcial se retiraba. En estas que se levantó un viento, se la llevó en volandas y la depositó suavemente en un pradera cuajada en flor. Tras el estupor inicial Psique se adormeció. Al despertar, la joven vio junto al prado una fuente, y más allá un palacio. Entró en él y quedó asombrada por la factura del edificio y sus estancias; su asombro creció cuando unas voces angélicas la invitaron a comer de espléndidos platos y a acostarse en un lecho. Cayó entonces la noche, y en la oscuridad sintió Psique un rumor. Pronto supo que su secreto marido se había deslizado junto a ella. La hizo suya, y partió antes del amanecer.

Pasaron los días por la soledad de Psique, y con ellos sus noches de placer. En una ocasión su desconocido marido le advirtió: "Psique, tus hermanas querrán perderte y acabar con nuestra dicha". "Mas añoro mucho su compañía dijo ella entre sollozos. Te amo apasionadamente, pero querría ver de nuevo a los de mi sangre". "Sea", contestó el marido, y al amanecer se escurrió una vez más de entre sus brazos. De día aparecieron junto a palacio sus hermanas y le preguntaron, envidiosas, quién era su rico marido. Ella titubeó, dijo que un apuesto joven que ese día andaba de caza y, para callar su curiosidad, las colmó de joyas. Poco antes de que anocheciera, Psique tranquilizó a sus hermanas y las despidió hasta otra ocasión.

Con el tiempo, y como no podía ser de otra forma, Psique quedó encinta. Pidió entonces a su marido que hiciera llegar a sus hermanas de nuevo, ya que quería compartir con ellas su alegría. Él rezongó pero, tras cruzar parecidas razones, acabó accediendo. Al día siguiente llegaron junto a palacio sus hermanas. Felicitaron a Psique, la llenaron de besos y de nuevo le preguntaron por su marido. "Está de viaje, es un rico mercader, y a pesar de su avanzada edad..." Psique se sonrojó, bajó la cabeza y acabó reconociendo lo poco que conocía de él, aparte de la dulzura de su voz y la humedad de sus besos... "Tiene que ser un monstruo", dijeron ellas, aparentemente horrorizadas, "la serpiente de la que nos han hablado. Has de hacer, Psique, lo que te digamos o acabará por devorarte". Y la ingenua Psique asintió.

"Cuando esté dormido, dijeron las hermanas, coge una lámpara y este cuchillo y córtale la cabeza". Enseguida partieron, y dejaron sumida a Psique en un mar de turbaciones. Pero cayó la noche, llegó con ella el amor que acostumbraba y, tras el amor, el sueño. La curiosidad y el miedo tiraban de Psique, que se revolvía entre las sábanas. Decidida a enfrentar al destino, sacó por fin de bajo la cama el cuchillo y una lámpara de aceite. La encendió y la acercó despacio al rostro de su amor dormido. Era... el propio dios Eros, joven y esplendoroso: unos mechones dorados acariciaban sus mejillas, en el suelo el carcaj con sus flechas. La propia lámpara se avivó de admiración; la lámpara, sí, y una gota encendida de su aceite cayó sobre el hombro del dios, que despertó sobresaltado.

Al ver traicionada su confianza, Eros se arrancó de los brazos de su amada y se alejó mudo y pesaroso. En la distancia se volvió y dijo a Psique: "Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre Venus desposándote. Me ordenó que te venciera de amor por el más miserable de los hombres, y aquí me ves. No pude yo resistirme a tu hermosura. Y te amé... Que te amé, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme". Y dicho esto se fue. Quedó Psique desolada y se dedicó a vagar por el mundo buscando recuperar, inútilmente, el favor de los dioses: la cólera de Venus la perseguía. La diosa finalmente dio con ella, menospreció el embarazo de la joven, le dio unos cuantos sopapos y la encerró con sus sirvientas Soledad y Tristeza.

El caso es que Venus decició someter a Psique a varias pruebas, convencida de que no podría superarlas; mas acudieron en ayuda de la joven las compasivas hormigas, las cañas de los ríos y las aves del cielo. La última prueba, en cambio, fue la más terrible: Psique bajó a los infiernos en busca de una cajita que contenía hermosura divina. En el camino de regreso, sin embargo, quiso ella misma ponerse un poco y, al abrir la caja, un sueño insoportable se abatió sobre ella. Y habría muerto, de no ser porque Eros, su loco enamorado, acudió a despertarla: "Lleva rápidamente la cajita a mi madre, que yo intentaré arreglarlo todo" dijo, y se fue volando. En la morada de los dioses, a petición de Eros, Zeus determinó que los amantes podían vivir juntos. Así que Hermes raptó a Psique y la llevó al cielo, donde se hizo inmortal. Y fueron juntos felices Eros y Psique y a su debido tiempo tuvieron una niña a la que en la tierra llamamos Voluptuosidad.

martes, 29 de julio de 2008

Eco y Narciso (Grecia)


Cuentan que una vez hubo, una ninfa, piéride de canto unívoco y multivario. Con sus versos Zeus engañaba a su esposa, a su fidelísima Hera, de la siguiente manera:

El Divino gustaba de yacer encima de las risueñas ninfas y, en su alegría y jolgorio, mandaba a una de ellas, a la parlanchina Eco, a distraer a su cónyuge. Con estas que un fatídico día Hera se percata de los negocios de su marido. Buscó a la ninfa culpable de que las aventuras del dios tonante no hubieran llegado a sus oídos antes y le dijo con sonoras palabras...

-Ah, tú, mala voz que me contuvo. Te haré pagar (una por una, tenlo por seguro) todas las infidelidades con las que mi marido me adornó con tus malditas hermanas; y como la causante del engaño ha sido tu cautivadora voz, que me engatusaba con dulces milongas, te la quitaré: a partir de ahora, por más que quieras hablar, sólo serás capaz de repetir las últimas palabras del que a ti se dirija, quedando desde este preciso instante incapacitada en todo para volver a realizar tus engañosas diatribas.

-... engañosas diatriiiibas, …triiiibas- contestó la sorprendida Eco.

Así, de esta manera, fue condenada la que tanto hablaba, a precisamente no hablar. Sin poder expresar todo lo que por su cabecita rondaba, anduvo sin rumbo por las riberas de los ríos y por los tupidos bosques.

Ahora bien, por aquellos días existía un joven, hijo de la ninfa Liríope y del río Cefino, que era tan bello que las flores se escondían ante su paso con púdico rubor. Su madre había sido advertida por el adivino Tiresias de que la perdición de su hermoso retoño le sobrevendría el día en que el sin par muchacho contemplara reflejada su belleza. De esta manera creció, y cada año que pasaba se hacía más evidente su perfecta armonía. Pero a la vez que sus compensados miembros se desarrollaban en rectas líneas, a la vez que su rostro adquiría la tersa blancura de un dios y a la vez que todo su cuerpo alcanzaba una ingrávida simetría, se hacía más evidente el desdeño que sentía hacia cualquier muchacha, por perfecta que esta fuera.

Solía pasear ensimismado en sus cosas entre la arbusta maleza, ajeno al resto del mundo. En éstas que un buen día Eco, que vagaba por allí, lo contempló. No cabía en sí de gozo y amor, y un torrente de fuego hizo que su cuerpo se consumiera de vana esperanza. Lo anduvo siguiendo por la vereda y cuanto más lo contemplaba más candente se mostraba su corazón. Anhelaba poder pararlo y expresarle, con su antaño lisonjera voz, todo el ardoroso deseo que por él tenía. Mas se sentía morir: era incapaz de articular ni la más mísera de las embaucadoras frases que corrían por su mente. Entonces, y por pura casualidad, Narciso dijo:

-Ea, me perdí, quizá tiraré por aquí.

-Por aquiii ...Aquiii- susurró una voz.

-¿¡Quién va!? ¿Algún sátiro del bosque, acaso, me quiere perder cuando próximo está el ocaso?

-... está el ocaaaaso...Acaaaaso?- le pareció oír.

-Déjate de tonterías, raudo a casa he de partir, pues al atardecer querría junto a mi madre dormir.

-... mi madre! Dormiiiir... dormiiiir- escuchó.

-Sal ahora, cara dura, que mis ojos contemplen tan insidiosa criatura.

-…diooosa, criatuuura... tuuura- llegó a sus oídos.

Eco, que ya no aguantaba más, decidió salir y abalanzarse sobre sus brazos: demostrar que ni era sátiro de cara dura ni le quería mal alguno, sino, más bien, todo lo contrario. De esta manera sale de la maleza, con brazos extendidos y labios presurosos. Mas el esquivo joven la rechazó de malos modos para, al momento, reírse sin piedad de lo que a él le pareció una abominable impostura. Eco tapó su rostro con los ahora láguidos brazos y no dejó ver las lágrimas que como corriente de plata se deslizaban ya por su rostro. Enardecida por ellas, y por tal desplante, dirigió su frustrada voz hacia el guapo mancebo:

- ... ...

Esto, que en realidad quería decir que ojalá él, tan inmisericorde en el amor, muriera sintiendo el aguijón de un amor desesperado y sin frutos, como es obvio, no lo pudo expresar debido al castigo de Hera, pero le llenó la mente de tal manera que a oídos de la terrible Némesis, diosa de la justicia, llegó. Al punto la divinidad urdió el castigo para el inconsistente muchacho, y tal destino se produjo de la siguiente manera:

A Narciso, regresando risueño al hogar por la vereda de un río, se le cayó un precioso objeto en la corriente. Cuando se acercó a la ribera para recuperarlo vió el reflejo de su rostro que las cristalinas aguas le devolvían. No pudo por más que contemplar extasiado aquella bellísima imagen. Ensimismado pasó horas y horas mirándose y, para desgracia suya, amándose con arrebatadores sentimientos. No quiso irse de allí, no quiso separarse del objeto de su amor. Unos dicen que, desesperado, se lanzó al río para poseer aquel vano reflejo, otros que prosiguió su contemplación durante muchos días, hasta que, presa de inanición, murió. El caso es que existen unas plantas ribereñas, condenadas a permanecer erguidas y bellas junto a las aguas de los ríos. Su nombre, como todos sabéis, es el de narcisos.

Mientras, la apenada Eco ya no paseaba por los bosques y las profundas cuevas, sino que, eligiendo una de estas, se refugió esperando la muerte. Desde allí seguía repitiendo las últimas palabras de cualquier frase que a sus oídos llegaba. Pasó el tiempo y se consumió. Ya sólo quedan de ella tristes huesos, pero sigue hoy en día, con encomiable esfuerzo, repitiendo, palabra por palabra, las terminaciones de todos los gritos que a ella llegan.

sábado, 26 de julio de 2008

La leyenda de Kiyohime (Japón)


Hace mucho tiempo un monje budista se dirigía a visitar un templo, pero le tomó más tiempo de lo previsto y comenzó a oscurecer. Entonces, decidió buscar un lugar donde pasar la noche. No muy lejos de ahí, encontró una cabaña y fue a pedir asilo.

El dueño lo recibió cordialmente y le encomendó a su hija que atendiera al monje. Éste al ver a una joven tan hermosa y dulce, quedó perdidamente enamorado. A ella le sucedió lo mismo. Aunque él era consciente de que su amor era prohibido, prometió a Kiyohime regresar por ella.

Al día siguiente, el monje emprendió nuevamente se camino. Al llegar al templo, los demás monjes se percataron de que algo le estaba ocurriendo y le aconsejaron que se olvidara de todo eso.

El joven monje medito y oró mucho, al final decidió que no podía querer a Kiyohime, por lo que regresaría a su templo tomando otro camino, así evitaría volverse a encontrar con ella.

Por su lado, Kiyohime esperaba angustiada el regreso de su amado. Preocupada, decidió ir a buscarlo. En el camino se encontró con un viajero, al que le preguntó y éste le explicó que vio al monje tomar el otro camino.

La joven se sorprendió al escuchar eso, no podía entenderlo. Así que tomo el camino que le señaló el viajero. Corriendo hasta observar como su amado caminaba cerca del río, éste al verla se apresuró a subirse a un bote y pedirle al remero que lo llevara lo más rápido posible hasta la otra orilla.

Kiyohime estaba desolada y triste. Entonces, cegada por el dolor y la rabia, se convirtió en una gran serpiente y entró nadando al río. El monje, que ya había tocado tierra, corrió despavorido y entró al templo. Ahí se refugió dentro de una campana. Sin embargo, la serpiente se enroscó alrededor de la misma y arrojando fuego por la boca, calentó el metal hasta matar al monje.
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